Ramón dejó de cobrar su lastima a los ocasionales pasajeros y se volvió hacia la puerta delantera, se bajo del colectivo que ya comenzaba a andar sin saludar al chofer, quién propinándole una puteada continuó su recorrido.
Ramón estaba extrañado... ¿será Policía?... ¿querrá ofrecerme trabajo?... ¿estará loco?... la cabeza le giraba, hacía años que no sentía una preocupación dándole vueltas por el marote. Miró la tarjeta, decía sólo: “Ricardo Armiño / Cooperativismo en Gral./ 0341-156-864475”.
El sol del mediodía le quemaba la cabeza y las entrañas se las había quemado la noche anterior. Había que parar y Ramón opto por hacerlo en un puesto de choripanes.
Nunca en los años que llevaba usufructuando la credencial de Enfermo Municipal le había pasado nada semejante, solo era subir al bondi y juntar un promedio de diez pesos por cada uno, 170 por día. Un negocio redondo - “...y este hijo de puta me lo viene a arruinar con esta tarjetita.”
Un chori y un tinto frío iban aclarando lo vivido, pero Ramón seguía lleno de intriga. “Mañana lo llamo y se acabó el dilema”. Por la noche tomo unos tragos que le ayuden a mitigar el ansia.
La misma liturgia de todas las mañanas, recordarse enfermo, sin plata. Y al poco rato recordó que tenía que llamar al tipo de la tarjeta, Ricardo Armiño. Recordó las últimas palabras del hombre que le dio la tarjeta “...aunque sea de un teléfono público”, y las consideró una ofensa, se sintió como un minusválido económico. Ramón no lo dudó, compró un teléfono celular para impresionar a su ofensor. A las 11:30 tenía ya su celular funcionando. Esta es la ventaja de comprar teléfonos en el mercado negro, no hay que esperar 24 horas para que lo activen. Con el manguéo Ramón no pasaba necesidades, con una mensualidad aproximada de $3400 trabajando menos de 5 horas. Su Spitch era excelente, lo de los $400 pesos para salvar a su hijo que estaba internado en el hospital conmovía a cuanta comadrona subía al colectivo. Con este cuento Ramón promediaba 3400 por mes, y Rosario es una ciudad indulgente, llena de personas que, una vez descubierto el timo, no delatarían al responsable. Así que después de memorizar su nuevo número Ramón llamó a Ricardo Armiño para evacuar sus dudas. Marcó 156-864475, dudó un instante, siempre es bueno dudar antes de hacer un llamado a un desconocido, la duda no es sobre si efectuar el llamado o no, sino replantearse cómo va uno a presentarse sin que el otro lo desconozca, y además cómo va a plantearse la conversación. Apretó por fin el Send. Sonó una vez: -“Hola, estaba esperando su llamada” dijo la voz del otro lado. Ramón tieso, todo lo maquinado durante su duda echado por tierra: -“¿Sabe quién le habla?”.
-“El mangueador del 101. ¿Usted se piensa que yo ando repartiendo mi tarjetita personal a todos los que tienen cara de nabo?”, esto se salía de los cauces normales “Señor –dijo Ramón indignado- yo no soy ningún mangueador, tengo mi certificado de portador de VIH y se lo...” y sin dejarlo continuar Ricardo Armiño lo interrumpió: “¿Y le parece bueno mostrarlo por ahí como si fuera una cucarda de primer premio de la Exposición Rural?. Le pedí que me llame para hacer negocios, no para comprar su lastima con monedas.”. Ante la amenaza de terminar la comunicación Ramón tomó la palabra sin dejar el tono de ofendido: “¿Qué negocios?”. La sonrisa del ofensor se traslucía en el cálido silencio que se provocó “Véame a las 15 en el bar de Santa Fe 947” y cortó.
Las intrigas estaban a punto de poner fin al posible negocio, es decir, Ramón se estaba hinchando las pelotas. “¿Por qué no me dice de una vez?” o “Que tanto misterio” eran las frases que le daban vuelta la cabeza ahora. Pero Ramón estaba tan cerca en tiempo y espacio del lugar de encuentro que decidió caminar las dos cuadras hasta el bar donde transcurriría la reunión y esperar allí la hora y quince que lo separaba del momento indicado.
El bar del encuentro era de tipo americano, sin mesas, solamente contaba con dos barras, de las que los clientes solo podían optar por sentarse en una, puesto que el ancho del bar no permitía que haya clientes sentados en ambas. A los lados de cada barra se extendía una larga fila de butacas. Los parroquianos podían contarse con los dedos de una mano: 3 personas almorzando, uno tomando un café con un notorio tic nervioso, parpadeaba insistentemente con un solo ojo. Pero entre la concurrencia no se veía la figura de Ricardo Armiño, de todos modos aún faltaba una hora para las 15. Ramón pidió un café y trataba ahora de dejar de fijarse en el tipo del tic, que a esta altura notaba que Ramón lo observaba como se lo hace con un fenómeno de feria. Faltando 5 minutos para las 15 el hombre que adicionaba tras la barra advierte que estaban cerrando. Habiendo quedado solo en el bar, Ramón, decide emprender la retirada. Llama al adicionista para pagarle el café pero este hablando por teléfono hace un gesto de que lo espere. El adicionista le extiende la mano con el tubo del teléfono y le dice –“Para Usted...” Ramón toma el tubo y lo acerca a su oreja –“Hombre de poca fe, le dije que a las 15 estaría allí ¿por qué se estaba usted retirando?” Ramón ya empezó a sentirse, además de molesto, observado –“El adicionista dijo que estaba cerrando, pensé que Usted ya no vendría y ...” por el auricular sonó con cansado tono –“Me parece que con Usted me equivoque, espéreme ahí”. Dos minutos después, siendo las 15 en punto, Ricardo Armiño atravesó la puerta del bar, que por la oscuridad interior y el resplandor de la calle, con un aura lumínica como las de una propaganda de yogurt, pero con el tono sombrío que la ocasión merecía. Sin extenderle la mano, sin siquiera mirarlo se sentó a su lado, el adicionista le sirvió un exprimido de naranjas y, acto seguido, fue a cerrar el bar volviendo luego a su lugar tras la barra sentándose justo frente a ellos, pero sin mirarlos. Ricardo rompe el hielo –“es Usted una persona desconfiada ¿a dónde se iba?”
–“Todo me parece raro – dijo Ramón en tono de confidencia -, Usted me cita en un bar que justo a la hora de la cita cierra...”
-“Es que quiero charlar con Usted de la manera más tranquila que se pueda, pero me pareció muy poco prudente citarlo a un lugar privado para tratar algo que le llevará tiempo entender, más aún siendo Usted tan desconfiado. ¿Cómo es su nombre? no me cae bien llamar a las personas “Usted”.”.
–“Ramón Rodríguez, discúlpeme, no me di cuenta de presentarme. ¿Y el mozo es de confianza?”.
–“Total y absoluta, es mi secretario.”, Ricardo continuó hablando “¿Sabes algo de Cooperativismo Ramón?, ¿Oíste hablar de trabajos individuales sumados para el bien común?”.
-“Creí que me había llamado Usted para hablarme de negocios – dijo Ramón, ahora con vos desilusionada - ¿qué corno tiene que ver el Cooperativismo en los negocios?”.
-“El más grande que jamás haya imaginado: Una Cooperativa de la Lastima. Desde las imágenes de los desnutridos Africanos a los croatas tocando el acordeón en las calles de esta ciudad, la Cooperativa de la que le hablo se encarga de que todo funcione, desde el traslado hasta el estudio de mercado para ver que forma de lástima funciona mejor en cada parte del mundo. Los cuidacoches, los chicos que limpian parabrisas en los semáforos, los nigerianos que incendian autos en los suburbios franceses, Ustedes, la madre Teresa de Calcuta y todas las formas de lucrar con la lástima que suceden en el mundo están controladas y regidas por la Cooperativa. La lástima es uno de los mejores negocios del mundo.” Ramón lo miraba estupefacto, no creía que pudiera existir un hijo de puta tan grande y que estuviese sentado frente a él en este preciso instante: –“Usted es un inescrupuloso, un estafador..”
-“ No se escandalice tanto Ramón, o lo de su hijo que precisa $400 para no sufrir en el hospital ¿no es una cuota barata de sensiblería para enternecer a las matronas?. Nosotros hacemos lo mismo, pero mucho mejor, y en lugar de hacerlo en el recorrido del 101 lo hacemos en todo el mundo”.
Ramón estaba inundado en sudor, la luz dicroica hacía parecer el bar como una sala de interrogatorios, le daba justo en los ojos. No paraba de pensar las posibilidades.
-“ ¿Y que haría yo en esta Organización?”.
-“ Cooperativa, no Organización, Cooperativa. La Cooperativa me ha enviado a buscar un representante para la zona Rosario en el área “Colectivos Urbanos”. Usted es quién mejor se ha desenvuelto. Hace 15 días no hago otra cosa que subir colectivos y esperar a ver en acción a los mangueadores, los he visto a todos: músicos con guitarras, con acordeonas, payasos, payasos con globos, niños que piden sin dar nada a cambio, niños que ofrecen tarjetitas, muchos como Usted, pero ninguno lo superó.”
-“ No sé que decirle, ¿cómo funciona esta Cooperativa?”
-“ Muy sencillo, todos depositamos todos nuestros ingresos o una parte de ellos en la cuenta internacional de La Cooperativa y proporcional al monto depositado se retribuye a fin de mes, el último día hábil, el monto depositado más un 25%.”
-“ ¿Y usted me va a decir que le regalan a uno el 25% porque son buenos?”
-“ Si me deja terminar mi amigo va a entender todo, que, dicho sea de paso, ya debería haberlo intuido. La Cooperativa moviliza los fondos de los mangueadores en las principales bolsas del mundo, o hace prestamos a intereses superiores al 50%, o simplemente hace especulación financiera. De esta manera asegura un mayor bienestar a sus miembros y puede armar una estructura. Usted, por ejemplo, pasaría a ser parte de la estructura. No tendría que subir más a los colectivos a mostrar su carnet de enfermo para vivir.”
-“ Pero nunca me dice que si haría.”
-“ Usted reclutaría mangueadores, les explicaría como es el sistema de La Cooperativa y Usted tendría todos los últimos días hábiles de cada mes una suma depositada en una cuenta bancaria. ¿Le parece a Usted bien?”
-“ ¿Qué suma?”
-“ Eso podríamos verlo ahora mismo si le parece, pero no prefiere pensarlo un tiempo, usted estaba tan espantado hace unos minutos, piénselo bien, mire que seguimos siendo los mismos monstruos que recién le espantó tanto conocer.”
-“ ¿Qué suma?”
-“ ¿Cuanto necesitaría Usted?”
-“ Yo gano $3500 por mes con lo de los medicamentos para mi hijo, ¿en cuanto se incrementarían mis ingresos?”
-“ La suma la pone Usted Ramón.”
-“ $7000”
-“ Perfecto, es Usted más rápido de lo que creía, mañana mismo empieza. Cualquier duda que surja me llama. Adiós.” Ricardo Armiño se paró y se encaminó a la puerta cerrada, levantó la persiana y se perdió entre la gente. Ramón quedó sentado frente al adicionista que lo miraba como mira un muerto antes de los retoques fúnebres detrás de la barra. Ramón salió a la calle y vio el sol de una manera distinta: Ramón ya era parte de la Cooperativa.