Si bien es cierto que existen en el mundo personas que se caracterizan por ser grandes en las tareas en que se desempeñan, Germán Modernelli era uno bien de los del montón. Por otra parte siempre fue su objetivo, desde la escuela primaria se había ocupado perseverantemente en no sobresalir, un ejemplo cabal de eso era su atuendo: pantalón azul pinzado y remera gris. Hiciese frío, calor o estuviese templado el niño Germán Modernelli vestía igual. No hablaba ni fuerte ni bajo, no jugaba ni mal ni bien a esa especie de fútbol que jugaban en los recreos con una pelota de papel, era educado y correcto pero sin molestar. Llegó a la adolescencia, jamás se embriago con el néctar etílico, nunca probó ninguna sustancia estimulante, ni siquiera consumía demasiada azúcar. Así paso el tiempo, conoció a la que sería su mujer y se casó. Y así como nunca se destacó en nada, no lo hizo en la que sería su profesión. Germán Modernelli era un mediocre maquillador, en una mediocre Pompa Fúnebre. Algunas personas se jactan de enviar a las personas al último descanso como si estuvieran respirando, con el color correcto en las mejillas y la mueca justa, a veces tanto que los hacen poseedores de un mejor semblante del que tenían cuando gozaron de la mejor salud, Germán Modernelli los enviaba con un gesto doliente, los labios apretados, mas de una tonalidad de rubor en el rostro. No se podía decir que estaban mal, pero los familiares se quedaban con la sensación de que si hubieran gastado unos pesos más en el acto fúnebre, sus seres queridos irían menos estresados al sepulcro eterno.
Es cierto que uno puede ser un mediocre tranquilamente y nadie es quién para decirle a alguien que es “del montón” en tren de ofensa, pero el mundo de los negocios es implacable y el dueño de la Pompa Fúnebre quería un poco más de optimismo en el gesto de sus clientes, quería muertos más felices y Germán Modernelli pasó a manejar el coche que lleva los ataúdes, el primero del cortejo. Cada vez que pienso en estas unidades rodantes no puedo evitar pensar en una persona que conocí que siempre que ve una de estas vacía se lleva mano a su testículo diciendo: -“Uhhh... esta buscando la hija de puta”, me da gracia, hace eso en lugar de cuidarse del colesterol.
Modernelli fue así el más mediocre de los conductores de cortejos fúnebres y otra vez el dueño sintió que su negocio hacía agua por el mismo lado: Germán Modernelli. Esa mañana cuando entraba a su trabajo, a las 7:00 en punto, le avisaron que el dueño de la Pompa Fúnebre lo esperaba en su oficina. A Modernelli le cambio la cara, pasó de su natural gesto adusto a uno similar al que les propinaba a los difuntos que caían en su retocadero póstumo. Así se dirigió a la oficina tan temida, pocos habían salido de ese gabinete conservando su puesto. Le inquietaba la idea de perder la vida mediocre que llevaba, la posibilidad de verla convertida en un vida paupérrima. En su cabeza giraba la tormentosa idea de no poder conseguir empleo con sus 30 años sin vivir, sin contenido, dejar la tranquilidad del salario a fin de mes por las changas mal pagas y sin continuidad. Se preguntaba si su esposa seguiría dándole sexo los sábados por la noche. Y sumido en ese torbellino, agobiado, llegó a la puerta de la oficina, golpeo. “Pase.” se escuchó del interior. El dueño de la Pompa Fúnebre estaba sentado en su escritorio, parecía atareado. “Tome asiento, termino estos números y estoy con Usted.”. Modernelli se sentó y lo miraba usar la maquina de calcular, ese aparato infernal no paraba de escupir papel. Sin saber si era la calefacción o el temor a lo desconocido el sudor empezó a brotar por todo su cuerpo, respiraba profundo para tranquilizarse, en un momento su mirada se encuentra con la del dueño de la Pompa Fúnebre, Modernelli pensaba que se debía notar su preocupación, dejaba de respirar para no llamar la atención, “Y esa maquina de mierda que no para de escupir papel”. Por fin el hombre del otro lado del escritorio apagó la maquina: “Vea... lo mandé llamar porque su actitud ante la vida me tiene preocupado. A usted le da lo mismo todo: maquillar muertos, manejar coches fúnebres. Todo lo hace Usted con una insoportable mediocridad.”. Lo sorprendió en sus palabras, nunca nadie le había dicho “Mediocre” en la cara, tenía que responder con algo ingenioso pero sin ofender al atacante: “¿No le parece que la calefacción esta un poco alta?” fue la pregunta que creyó más conveniente para salir de la engorrosa situación. El dueño de la Pompa Fúnebre se paró, caminó rodeando el escritorio y reguló la estufa que estaba justo detrás de Modernelli. “Vea Modernelli, el negocio de la Pompa Fúnebre es de una competitividad extrema. Una empresa en vías de expansión cómo esta no puede darse el gusto de tener un mediocre entre sus filas, Usted entiende ¿no?.” le dijo el dueño de la Pompa Fúnebre al tiempo que daba palmadas en su hombre izquierdo.
De una cosa estaba seguro Modernelli: el sofocamiento que sufría ahora no era causado por la estufa. Al fin la circunstancia lo sacó de su eterna modorra, pero aún tranquilo y prolijo, se paró y surtió de un manotazo al dueño de la Pompa Fúnebre: fue su primer acto inconsciente. Se fue caminando por calle Córdoba pensando en parar en un puterio a coger una puta para contarle a su mujer las dos nuevas noticias, la de su despido y la de su infidelidad hacia ella.
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